Indiferencia, tortura cruel y despiadada

Es preferible el dolor de la ruptura a un amor insensible

Por Walter Riso


¿Amor teórico? Un exabrupto o una tortura cuando estamos metidos de corazón en una relación. ¿Te amo conceptualmente?, vaya ridiculez. O peor: “Te amo ocultamente, tras bambalinas, a la distancia, como un telegrama”. 

¿De qué amor hablamos si no se nota, si no llega? Enamorarse es una actitud: sentir, pensar y actuar hacia un mismo lado; todo junto.  Es el amor coherente, el que esperamos del otro y el único que vale la pena. El amor de pareja es “inter-personal” e inseparable de su demostración.



Los reprimidos que emulan un amor insípido, frío y distante, se justifican casi siempre apelando a algún trauma lejano o al “estilo personal”: “Así me educaron” o “No sé amar de otra forma”. Si la persona que amas afirmara cualquiera de estas dos razones, tu respuesta debería ser tajante: “¡Pues reedúcate, reinvéntate o aprende, si quieres estar conmigo! ¿Cómo adaptarse (es decir: someterse) a la indiferencia? No hay forma: en algún momento estallarás y te saldrá fuego por los ojos. Un amor pusilánime a nadie le sirve.

La cuestión no es  tanto “estar” o “no estar”,  sino cómo estar. Aquí radica la importancia de las palabras y las caricias afectuosas; de ser necesario busquemos espacios de formación que nos ayuden a ser más expresivos. No hay que pretender que la pareja adapte la frialdad como solución. Como ya dije antes, el camino más saludable para una buena convivencia es que cada quien se acople a las cualidades del otro, pero no a sus déficits: equilibrarse por lo positivo y no por lo negativo. Uno no puede “congelarse” o reprimirse para que el otro se “sienta bien”.


¿Por qué se resisten tanto los inhibidos y los indiferentes (algunos incluso se ofenden),  cuando se les sugiere que sean más cariñosos, si solo se les pide más abrazos, más toque-toque, besos en la mejilla, algunos “te quiero” y uno que otro ‘arrumaco’? No cuesta nada dejar sentado que el amor está en pleno funcionamiento. Dado que la indiferencia es un monstruo de mil cabezas, en mi ‘Guía práctica para no sufrir de amor’ abordo ampliamente este tema, pues son múltiples sus formas, síntomas y manifestaciones.

Y no hablo del amor empalagoso y pesado, sino del gesto normal, del detalle a tiempo, del romanticismo inesperado que nos sube la frecuencia cardíaca, de los mimos que nos hacen sonreír cuando estamos de mal humor o nos relajan cuando el estrés nos consume. Expresar amor es curativo por partida doble: para quien lo da y para quien lo recibe. ¿Nunca has visto dos simios espulgándose? Yo te hago y tú me haces, yo te alivio y tú me alivias. Es la semántica más primitiva del amor: hedonismo en estado puro. Basta ver su gesto y expresiones.

El amor cicatero, controlado, que se presume y no se hace evidente, es un amor de dudosa procedencia. Por el contrario, el amor pleno integra tres elementos: sentimiento, pensamiento y acción en un todo indisoluble. Si los tres elementos no van para el mismo lado, el afecto será como una escopeta de perdigones y cualquiera podría salir herido. 

¿Cómo sobrevivir a la siguiente  declaración? “No siento que te amo, aunque creo que te debo querer, pero no me apetece abrazarte y ser tierno”, manifestó un adolescente, mientras su novia andaba como un satélite fuera de órbita tratando de comprender qué quería decirle. Un amor insípido es lo más parecido al desamor.

Gota a gota, igual que una tortura china, la indiferencia va acabando lenta y pesadamente con el amor. Por cada acto de indiferencia, se pierde un poco de amor y si la actitud se mantiene, el declive afectivo continuará hasta que no quede nada. Lo preocupante es que esta extinción afectiva puede durar años. Los consultorios están repletos de personas que se demoraron media vida en reaccionar porque no tuvieron el coraje de decir “no más” antes de que el amor desapareciera por sí solo.

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