Cuatro caminos hacia el perdón
Por Walter Riso
Acercarse al perdón
es una experiencia que trasciende. Es como un proceso por el cual la
persona se transforma y aliviana la carga negativa del rencor y los
paradigmas más rígidos se transmutan en algo parecido al desapego.
Simplemente te
sueltas y tiras todo el odio por la borda hasta que el último vestigio
de venganza desaparezca. El resultado de esta “revolución interior” es
similar a una renovación esencial, una reestructuración donde el “yo”
descansa y se reinventa. Para comprender el perdón hay que comenzar por
su negativa: qué no es perdonar. Retirar “lo que no es” para que nos
quede el núcleo duro de “lo que es”, su verdadera naturaleza.
Perdonar no es borrar la falta cometida.
No se trata de dar “absolución total y radical”. No se puede deshacer
la falta de un plumazo como si tuviéramos un poder sobrenatural. Nadie
es capaz de borrar la memoria histórica y olvidarlo todo, por tal razón,
perdonar no es una especie de amnesia que nos hace comportar como si
nada hubiera pasado.
Perdonar no es otorgar clemencia. No soy quien para decidir el tipo de castigo que debería tener mi ofensor, ni su intensidad: eso lo define una justicia estatal y organizada, a no ser que reclame venganza o la ley del Talión (“ojo por ojo”). Perdonar no es aliviar la pena o la condena, supone un paso más que un mero acto de jurisprudencia.
Perdonar no es otorgar clemencia. No soy quien para decidir el tipo de castigo que debería tener mi ofensor, ni su intensidad: eso lo define una justicia estatal y organizada, a no ser que reclame venganza o la ley del Talión (“ojo por ojo”). Perdonar no es aliviar la pena o la condena, supone un paso más que un mero acto de jurisprudencia.
Perdonar no es sólo compasión.
Es decir: el perdón no solamente requiere de cierta misericordia con el
agresor. No es suficiente que el arrepentimiento del agresor genere en
nosotros cierta solidaridad con su sufrimiento: el perdón también es una
decisión, una virtud pensada y actuada, pero siempre razonada. Es un
acto de la voluntad que va más allá del “contagio afectivo”. De hecho,
puedo perdonar a una persona sin conocerla, puedo perdonar a los muertos
y a quien ni siquiera se ha arrepentido. El perdón es un acto
individual y personalizado. Insisto: una decisión de la mente,
acompañada por el corazón.
Perdonar no es renunciar a nuestros derechos.
Perdonar no significa negociar los principios y los valores que nos
definen o doblegar la propia dignidad. Uno puede dejar de odiar a
alguien y aún así seguir defendiendo los derechos personales frente a
ese individuo en cuestión. No implica abdicar de lo que creemos justo,
sino protegerlo sin violencia física o psicológica.
Si
perdonar no es nada de lo anterior, ¿qué es entonces? Es recordar sin
odio, es extinguir el rencor y eliminar los deseos de venganza. Es
hacerle el duelo al resentimiento. Implica enfrentarnos a nuestros
enemigos sin odiarlos y movidos básicamente por la convicción. De esto
se trata el perdón, de adquirir la tranquilidad del alma, que tanto predicaban los antiguos griegos: la paz interior, para que luego se refleje fuera.
¿Cómo llega uno a
perdonar y a sentirse libre internamente? Aunque existen muchos caminos
que conducen al perdón señalaré cuatro de los más importantes:
- El camino del amor.
Cuando se ama de verdad, cuando lo que se siente es un ágape profundo y
honesto, el perdón sobra. ¿Qué no le perdonaríamos a nuestros hijos? La
respuesta es: le perdonaría todo. ¿Cómo odiar a un hijo?
- El camino de la comprensión.
Requiere ponerse en los zapatos del otro y tratar de buscar
explicaciones que nos ayuden a echar luz sobre el asunto. Entender
empáticamente al prójimo facilita el perdón. No hablo de “justificación”
sino de discernimiento. A veces es un regalo que le haces al otro.
- El camino del desgaste.
La frase liberadora es como sigue: “Me cansé de odiar”. Dejar el rencor
por mera supervivencia: “Odiarte me quita energía vital: me cansé de
sufrir”. Es un regalo que uno se hace a sí mismo para mejorar su calidad
de vida.
- El camino de la comparación. Es una forma de identificación por lo bajo. Al compararme con los “defectos” de la persona que me hizo daño, la mente hace este análisis: “¿Cómo no perdonarte, si yo en tu lugar hubiera hecho lo mismo”. Cuando descubrimos que en la situación del otro hubiéramos actuado igual o de manera semejante, el rencor empieza a tambalear.
Finalmente y a
manera de conclusión, digamos que el proceso psicológico y emocional que
conlleva el perdón no es exclusivo, no se necesitan dones especiales,
ni pertenecer a una secta de iluminados. Cualquiera puede hacerlo, si
trabaja en ello y decide construir en vez destruir, si decide crecer en
vez de involucionar. Una cosa es segura: los que logran perdonar, están
más cerca del amor.
Si
quieres profundizar este tema, mi guía práctica para mejorar la
autoestima es una herramienta que te ayudará en ese proceso de sanación
interior y de perdón.
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