Cómo la crisis migratoria puede ser un buen negocio en Alemania
Mundo. Raphael Hock es una de esas personas que ven el lado optimista de la vida.
Y
tiene razones para hacerlo. A sus 22 años, está en forma, tiene
estudios superiores, es bilingüe, conduce un buen coche y acaba de
regresar de sus vacaciones de esquí en los Alpes.
Y es el heredero de un negocio familiar multimillonario.
Hock
me guía a través de las blancas mansiones, que se abren paso entre los
abedules de Gruenwald, a las afueras de Múnich, la zona más exclusiva de
una de las ciudades más prósperas del mundo.
Estas
viviendas, con sus piscinas y sus cubiertas para parrillas, pertenecen a
los jefes de las empresas manufactureras más famosas, y a futbolistas
del Bayern Múnich.
Pero incluso este barrio ha tenido que
ajustarse un poco para dar cabida a algunos de los cientos de miles de
migrantes, que acaban de llegar, sin un centavo.
Visitamos uno de las llamadas "Care Dome" (centros de cuidado), una de las 15 instalaciones en los alrededores de la ciudad que la compañía de Hock ha arrendado al gobierno local.
Se trata de una sala inflable del tamaño de una piscina olímpica, que alberga a 300 hombres provenientes de Siria, Afganistán, Pakistán y África Occidental, que cruzaron gran parte de Oriente Medio y el sur de Europa para llegar hasta aquí.
Viven,
de forma gratuita, en habitaciones con literas y calefacción, reciben
tres comidas al día, juegan al ping-pong y esperan noticias de sus
solicitudes de asilo.
La "industria" de los refugiados
Pero Hock no se dedica a la caridad.
Junto a muchos otros empresarios, forma parte de lo que los periódicos alemanes llaman la "industria de los refugiados".
Solía proporcionar alojamiento a clubes deportivos, pero diversificó su negocio y le está resultado rentable; prevé una facturación anual de US$40 millones dentro de dos años.
Y,
al igual que él, el gobierno alemán es oportunista; podría decirse que
vieron una oportunidad de mercado y han decidido aprovecharla.
En
estos momentos recuerdo una discreta habitación en una residencia en
Wittenberg, en la antigua Alemania Oriental hace 10 años, y a una mujer
de 90 años cantando la más triste de las canciones sobre sus amigos que
envejecían y morían.
Yo estaba trabajando en un documental sobre el país, titulado "Bomba del tiempo demográfica".
Y hablé con políticos sobre el envejecimiento de la población alemana, su dramática baja tasa de natalidad
y el desastre que se avecinaba debido a la falta de trabajadores
jóvenes en el futuro, que permitieran preservar la viabilidad del país
pagando sus impuestos.
En esa época, la economía todavía estaba luchando contra los efectos de la reunificación, y la tasa de desempleo era alta.
Cualquier
sugerencia de que la solución para Alemania pudiera ser la inmigración
masiva, habría sido tomada a risa y habría suscitado comentarios del
tipo "¿quién querría venir aquí?".
Intereses económicos
Nunca he conocido a Ángela Merkel -y no por falta de
ganas- pero no me da la impresión de que sea una persona muy dada a
actos de caridad desinteresada.
Supongo que habrá escuchado las
predicciones de que, a corto plazo, la demanda adicional de bienes y
servicios por parte de un millón de recién llegados dará a la economía alemana un empuje anual de más del 2%.
Y
espero que se haya enterado de las predicciones que dicen que, a largo
plazo, una gran cantidad de jóvenes trabajadores extranjeros -una vez
educados, entrenados y enseñados al estilo alemán, por supuesto- podrían
ser los que salven la economía del país.
Un hombre en un traje de
Hugo Boss me dijo en la acogedora oficina de un centro de análisis,
cerca de la Puerta de Brandemburgo, Berlín, que no existen argumentos fiscales contra los migrantes, tan sólo políticos.
No
sorprende, por tanto, el hecho de que los poderosos tabloides alemanes,
con su visión empresarial, sigan apoyando el proyecto de los
refugiados, o que la policía en Colonia fuera reacia a admitir que los
buscadores de asilo estuvieran entre los acusados de cometer asaltos
sexuales masivos en la noche de Año Nuevo.
Y solidaridad
Pero tampoco hay que subestimar la extraordinaria buena voluntad y generosidad de los alemanes que continúan realizando labores de voluntariado para mostrar que su país es un destino humano para los desesperados.
Entre
los que conocí, hay una madre soltera que invita a sirios sin hogar a
dormir en su sofá cada noche, y un maestro de escuela retirado que pasa
seis días a la semana enseñando a africanos subsaharianos la gramática
alemana.
Y quizás hay una gran diferencia entre ellos y Raphael
Hock, y los millones que está ganando alquilando hogares de refugiados
al gobierno.
Pero me habría caído bien incluso antes de descubrir
que él mismo había pintado las flores de los pasillos grises de su hogar
de refugiados, antes de que hubiera mencionado que su novia era una
musulmana de Kosovo, o antes de que se hubiera comprometido cambiar el catering de la empresa cuando dos hombres afganos se quejaron de que estaban cansados de comer espaguetis.
Hock me dijo que Alemania no sólo necesita a sus refugiados, sino que tiene una oportunidad única de definirse a sí misma por la manera en la que los trata.
No sé si los optimistas ricos como Raphael son quienes resumen mejor el férreo pragmatismo de la Alemania moderna o su humanidad bondadosa.
Pero creo que hay una buena dosis de ambos en un país que ha abierto
sus puertas a un millón de extranjeros, más o menos, de la noche a la
mañana.
Fuente: BBC.
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